La amistad "para", no es amistad. La amistad para serlo, no admite ninguna finalidad más que la amistad misma. Si la amistad se instrumentaliza, se desnaturaliza, pierde su esencia y se vuelve y se transforma en algo muy distinto y hasta contrario a ella misma.
A la amistad no se la puede materializar ni cotizar porque pertenece a las cosas que no tienen precio y que solamente se pueden captar y entender por la vía del aprecio. El aprecio que tenemos a una cosa por nosotros entrañablemente apreciada es siempre personal e intransferible, y muchísimo más lo es el aprecio que nos inspira una persona que de verdad queremos. Es algo que confronta con el misterio incomunicable que en el fondo es cada uno, y que como hemos dicho ya, debe de ser siempre respetado. Querer cuantificar y verificar el afecto de un amigo para querer saber a que cota de generosidad estaría dispuesto a llegar por mí, es síntoma claro de desconfianza.
No obstante, la amistad, cuando es auténtica, sabe intuir la necesidad o la carencia del otro mucho antes de que este otro tenga que pasar por el enojoso trance de tener que manifestársela.
Cuando esto pasa y los dos juegan limpio, no por eso se erosiona la amistad. Porque todo tiene arreglo cuando hay transparencia de intenciones y ninguno de los dos olvida que "amigo es aquel ante el cual se puede pensar la vida en voz alta".
Cuando una circunstancia utilitaria determinada pone a prueba la amistad materializándola irremediablemente, ésta puede ser el crisol para templarla o el inicio de un proceso de desengaños en cadena.
Evidentemente no es lo mismo ser amigo, tener amigos que servirse de los amigos, porque entonces es ya amistad "para", por lo que deja de ser amistad.
Cuando un amigo de verdad que intenta obrar con nobleza y buena voluntad, y la ha supuesto siempre en el otro, se va dando cuenta que el otro, no tan sólo no le corresponde, sino que los hechos le van manifestando que la intención del amigo es otra, entonces la amistad se enfría y algo se derrumba en su interior. Sus resortes vitales se aflojan, palidece la ilusión. No es bueno entonces, como no lo es nunca para un cristiano, dejar de portarse como tal. En estos momentos es oportuno recordar que las dificultades son para desvanecer nuestras falsas virtudes, que las crisis, cuando el espíritu está pronto, pueden muy bien ser de crecimiento y de avance, que el orgullo es hacerse un poquito menos que lo que Dios quiere que seamos, que el dar la otra mejilla, no significa recibir una segunda bofetada, y que los remiendos de Dios son mejores que sus obras nuevas.
Cuando la amistad de los amigos está enraizada en Cristo, se encuentra siempre el camino de la ansiada solución. Si bien tampoco es bueno esperar que la amistad se hay reducido a cenizas para que la amistad, como el ave fénix, resucite de ellas. La amistad, como la caridad, es ingeniosa y a veces una expresión que signifique que nada se ha perdido, ni siquiera el buen humor, puede hacer renacer la ansiada disposición perdida que los dos, en el fondo, desean recobrar.
Amistad Pura
La amistad para ser amistad, ha de ser desinteresada, ha de ir siempre a fondo perdido. Cuando se hace inventario de lo ingresado en la cuenta de la amistad, es que hay o ya ha habido una liquidación. Una liquidación de la amistad.
Tal cosa, sobre todo si la amistad ha sido tal, es algo enormemente doloroso, porque la amistad por su misma esencia tiende siempre a ir a más, es como el cristal: cuando se va calentando poco a poco llega a hacerse moldeable y hasta liquido, pero si se invierte el proceso, se quiebra.
Siempre contando con sus más y sus menos, como en todo lo humano, la amistad es un descubrimiento mutuo y continuo de nuevas cualidades que permiten vivir el asombro de lo nuevo, al verlas hechas vida en la vida del amigo. Por eso entre amigos siempre hay algo que contar, que comentar, que dialogar y por eso también las conversaciones se alargan, las despedidas no terminan nunca, y las más de las veces hasta tienen un apéndice telefónico. Nada de esto puede ser impuesto desde fuera, en la amistad no hay puesto para lo impuesto.
Desde siempre venimos diciendo en Cursillos, que el árbol de la amistad no puede plantarse o cultivarse ni por sus frutos ni por su sombra, sino por el gozo de que existan más árboles, por la alegría de saber que existen, por el placer de su compañía, porque su sola presencia crea cercanía.
La amistad no soporta más adjetivos que los que la empujan hacia arriba. Admirar al amigo no es adularle, sino ayudarle en lo que sabemos bien quiere llegar a ser. La amistad es caridad atenta comunicada con deferencia y unción, detalle a detalle. La amistad es un arte, el arte de vivir sabiendo amar, porque el amor vive del pormenor y procede microscópicamente, con prodigalidad serena y delicada fineza.
Fragmento de la Ponencia Amistad
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